A dedo: el catequismo de los viajes y los barrios privados


-Menos mal que alquilamos el auto- le dijo la señora muy rica al señor muy rico.
-Mirá como vibra esto, te lo hace pelota- apoyó la mano sobre el tablero del auto importado tipo break que se sacudía como loco con los serruchos del camino que baja del cerro Tronador, cerca de Bariloche.
-Por eso nosotros no traemos el nuestro. Venimos en avión y alquilamos uno acá, porque imaginate, nosotros tenemos un AUDI, y no es para la montaña, este camino te lo destroza, sentí- sufría la señora pensando en los daños que el salvajismo sureño podría haberle causado a su impecable y carísimo auto que sólo rueda por el carril rápido en el exclusivo asfalto de las autopistas porteñas.

Las explicaciones eran para las dos mochileras de atrás que, con cara de hace-20-días que-dormimos-en-carpa-y-comemos-arroz-con-latas, se habían acercado a preguntarle lastimosamente si acaso bajaban hasta el camping del Río Manso. La señora muy rica, sin consultar demasiado al señor muy rico, respondió que sí, pero que primero iban a parar a tomarse un cafecito en el hotel de Pampa Linda.
-Y bueno- suspiraron las chicas, que del catequismo de los viajes habían aprendido claramente que unos kilómetros son unos kilómetros y que jamás se contradice la opinión del que te lleva – tomaremos unos mates en el río y los esperamos, si no les molesta.

El asunto era que el camino del Tronador tiene horario de ascenso y descenso y, si uno no quiere que la noche estrellada del Sur lo agarre sin mantas en la montaña, hay que estar atento a la hora de partida, justo cuando comienza la ebullición de viaje de las familias y las traffics de extranjeros que se toman su última cerveza en el bar más caro del mundo. Fue en ese preciso instante cuando las mochileras divisaron a sus víctimas, y hay que reconocer que el tiro no les salió nada mal.

En el viaje, la conversación arrancó con una exposición teórica harto interesante sobre las vicisitudes de la clase empresarial argentina que vive en Pilar: -¿Uds. conocen la diferencia entre un country y un barrio privado, no?- se despachó el señor muy rico que se daba vuelta a ver la cara de sus interlocutoras mientras manejaba muy velozmente por un sinuoso camino de montaña cuyas contracurvas daban al precipicio que acababa en la orilla del Lago Mascardi, siempre tan azul.
Era claro que a ninguna de las viajeras -que se hundían cada vez más profundamente en la cuerina del asiento trasero de la break- ese tipo de diferencias les quitaba el sueño, por tanto respondieron, con mucha sinceridad, que no tenían ni la más pálida idea.

-La diferencia es que el country tiene infraestructura deportiva- explicó el señor muy rico como si acabara de definir un concepto filosófico de cabal relevancia para la humanidad. –Nosotros vivimos en un country que, además de seguridad, tiene gimnasio, canchas de fútbol, de paddle, una piscina y un campo de polo. Entonces los chicos no necesitan salir a la ciudad para ir al gym. En cambio los barrios privados son sólo eso, barrios cerrados, con seguridad, y nada más- dijo con una mueca despectiva hacia esa clase social tan pero tan inferior que apenas puede aspirar a comprarse un módico caserón en un barrio cerrado.

-¿En Rosario qué hay? ¿Hay countrys o barrios privados?- inquirió la señora muy rica, como para saber si a las aprendices del asiento trasero les había quedado clara la distinción.
-Mmmh, no, la verdad que no sabemos señora- las chicas volvieron a mostrar la hilacha.
-¿Y sus padres qué son?
-Docentes.
-Ahhh. (A veces, las interjecciones son suficientemente elocuentes)



Tal como se había anunciado, el auto estacionó frente al hotel de Pampa Linda y el matrimonio muy rico se calzó las gafas negras para bajar a tomar su café. Las chicas se dispusieron a caminar hacia el río para hacer tiempo, pero han de haberles dado mucha lástima a la pareja porque enseguida las invitaron a tomar “una coca light o lo que quieran”.

Pues bien, si a las mochileras la situación en el auto les había resultado ya suficientemente incómoda, el eclecticismo de la escena en el comedor del hotel iba a serlo mucho más. Mientras la señora muy rica caminaba por el living elogiando el enorme hogar que presidía la sala, revoleando su cartera de marca francesa y relatando vigorosamente que ella tenía dos de esos en su casita del country, las chicas se miraban nerviosas la tierra que se les había metido debajo de las uñas tras la trepada –por el sendero con el cartel de “prohibido pasar”- hasta la cascada de la garganta del diablo en el Tronador.

-¿Comieron chicas?- ofreció gentilmente la señora muy rica y, a pesar del deseo que despertaban los aromas que venían desde la cocina, las mochileras respondieron que “muchas gracias” y que no se preocupara, que ya habían “comido suficiente” en la excursión. En una de las mochilas quedaban todavía los restos del pan casero que, acompañado con una lata de picadillo y un par de bananas, había sido el almuerzo de montaña.

Aceptaron, sin embargo, la coca light, mientras la charla fluctuaba de contrastes culturales en contrastes culturales. Por suerte, una de las chicas había ganado alguna vez (en esas raspaditas que sí funcionan) un viaje a esquiar en el cerro Catedral, así que la conversación pudo hallar cierto tópico común.
–Nuestros hijos son muy buenos esquiadores. Nosotros todos los inviernos los traemos, de chiquititos, acá a Bariloche o a Las Leñas, ¿viste? Pero estas vacaciones se quisieron venir con amigos de campamento. En avión, pero después acá se fueron a una casa de camping y se compraron la bolsa de dormir, la carpa, los equipos y se fueron así. Y dicen que la están pasando muy bien- contó el señor muy rico.

-Sí, sí, por supuesto- asintieron las pibas mientras hacían cálculos mentales de cuánta plata debían tener para comprar todas esas cosas en una casa de camping de Bariloche, donde las cosas cuestan el triple de lo que salen en cualquier bazar del país. Pensaban en el calentadorcito con garrafa de medio kilo que ellas habían traído de canuto, envuelto en diarios, porque el transporte de sustancias inflamables en colectivo está prohibido. Pensaban también en la bolsa de dormir de la bisabuela de una amiga, que habían conseguido prestada, y que no era como esas hiperlivianas e hipercalentitas, diseñadas especialmente para temperaturas bajo cero, que se ofrecían en las casas de caza y pesca del centro de San Carlos. Pensaban en la carpa con un tirante roto y rogaban que enero siguiera sin llover. Pensaban y pensaban mientras asentían con una sonrisa y bebían una lata de gaseosa que costaba más de 10 pesos.

En lo que restaba del viaje acordaron también, por supuesto, con que el principal problema de la Argentina era la inseguridad, y que en Capital ya no se podía vivir, que por eso lo mejor era mudarse a un barrio privado con guardias permanentes y alarmas, y que los piqueteros, y las calles cortadas, y los negros de mierda que no quieren laburar, y los planes sociales, y todas esas cosas que nos dan mucho miedo a los que estamos encantadoramente encerrados y asépticos de este lado del altísimo tapial con alambre de púas y torre de control.

Cuando llegaron al camping en el nacimiento del Manso, la señora muy rica preguntó si había baño y si podía pasar. Las chicas le agradecieron muchísimo el viaje y se fueron derecho a remojar las patas en el lago, riéndose mientras imaginaban a la señora muy rica haciendo malabares en el pequeñísimo cubículo de alguno de los baños tipo pabellón del campamento.

En fin, se sabe que hay de todo a la vera del camino, y que no hay mejor didáctica que el viaje. Suerte que ahora conocen perfectamente la diferencia entre el barrio privado y el country. Y también la diferencia entre viajar en un auto alquilado en rent-a-car y en un camión de verduras en Tilcara, pero esa es otra crónica…

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De yapa: Martín Buscaglia - Ante la duda todo

5 comentarios:

LORD MARIANVS | 5 de diciembre de 2009, 21:29

Lo que se dice "gente como uno". Una vez escuche en una radio que los burgueses, topisimos e hiperaburridos millonarios norteamericanos contrataban los servicios de una empresa para que ésta les hiciera vivir aventuras que los salven del aburrimiento. Entonces la empresa se armaba algo y mantenia a esta gente entretenida con algo que les justifique una existencia con cierto y figurado sentido. Me hubiera gustado que estas personas le pidieran a dos mochileras comer pan casero con picadillo e ir a remojarse las patas al lago.

Anahí Lovato | 7 de diciembre de 2009, 5:33

Estimado Lord Marianvs, gracias por pasarse por este sitio y dejar su huella. Yo visito su blog seguidamente y siempre me sorprendo!

Está claro que si los "pitucos" (dirían los chicos de Machuca) nos lo hubiesen pedido, les hubiésemos cobrado sus buenos euros por la experiencia!

* | 9 de diciembre de 2009, 12:49

A esta me la voy a imprimir para leerla...cada vez que arranco tengo que parar...no soy una nativa digital.

Laura Bergés | 8 de octubre de 2012, 19:14

jajaja, excelente relato! Comparto profundamente
Saludos!

Anahí Lovato | 1 de noviembre de 2012, 19:53

Gracias Laura por pasar por aquí y dejar tu estampa. :)

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