Pensamientos al margen: Las listas de Twitter y mi manoseado 'yo'


No hace mucho una amiga me contaba que en una clase de Lingüística alguien relató una historia muy breve: un nene que le preguntó a su mamá por qué la taza se llamaba taza. La madre le explicó que una vez “las personas se pusieron de acuerdo y le dieron nombre a las cosas”. Y entonces el nene, sorprendido, exclamó: Mirá qué bien, mami, ¡le pusieron a la taza el nombre que era!

En esa oportunidad mi amiga –a quien generalmente le robo todas las ideas- me decía que ella estaba convencida de que todos, en algún momento de nuestra vida, nos formulamos la pregunta por el lenguaje, más allá de que alguna vez la hayamos abordado teóricamente en algún texto/escuela/facultad. Cuestionamientos como por qué la mesa se llama mesa y no silla aparecen en la historia de nuestro pensamiento/ subjetividad.

Yo me quedé pensando en el día en que la humanidad se reunió para llamar a la taza taza y le dije “me parece que algo así está ocurriendo con las listas de Twitter”. Por supuesto que ella negó rotundamente mi conjetura. Casi diría que me gritó y le dio un par de piñas a la pared por cuestión de recato, porque –de no ser por la ética salvadora-debía de haber sido yo la receptora de esos golpes.

“No, eso ocurre permanentemente, no sólo en Twitter”, me dijo, ofuscada porque creía que últimamente mi vida pasaba demasiado tiempo en la pantalla. De acuerdo: nombramos permanentemente, clasificamos lingüísticamente, en privado, tenemos nuestras propias hemerotecas de cosas y gente. No obstante, yo quería señalarle que ahora la novedad era lo público: que yo para muchas personas seré desconocida/amiga/hija/hermana/novia/ loca/tímida/inteligente/imbécil/estudiante/comunicadora/torpe/impertinente, y otros tantos etcéteras, pero que esa gente comparte sus categorizaciones personales, a lo sumo, con su grupo de pertenencia más próximo. De pronto se trataba de lo público público, a nivel de la humanidad toda. Yo quería decirle que si alguien me incluía en una lista de Twitter de nombre “materos-a-full” (como la de @monoarania) me estaba asignando una etiqueta a nivel global. Y que entonces, otra persona, en cualquier lugar del mundo, podía comprenderme (¿decodificarme?) exclusivamente a partir de ese signo. A la pregunta ¿quién es @anahilo? esa persona respondería, raudamente, “en principio es matera”.

Entonces vuelve a aparecer aquí el problema ontológico por las huellas. Básicamente, por las huellas no planificadas. Porque convengamos que cada uno de nosotros construye una imagen de sí que desea mostrar. Y otras tantas imágenes que preferiría ocultar o, mejor dicho, que preferiría que (ese ser tan espantoso al que denominamos) el otro no construyera.

Hace por lo menos un año, en un momento en que me andaba preguntando más o menos la misma cosa -qué pasará con mis registros dispersos en Internet- yo decía:

Mi huella deriva como un trocito local de mí que quizás alguien encuentre alguna vez en la maraña selvática de la información. Un fragmento de mi discurso. Un fragmento de mi discurso que será para alguien una Anahí completa. Un fragmento de discurso que ni siquiera yo recuerdo qué decía. Sin embargo ahí está, como prueba de que habité este mundo.


En ese entonces me preocupaban la cantidad de huellas que había sembrado sin planificar y cómo podía interpretarlas el otro. (Sirva, de paso, este texto para demostrar que nuestras inquietudes dan vueltas como perro tras su cola) Ahora creo que ya no tengo de qué preocuparme, porque Twitter le ha dado al mundo la oportunidad de asignarme un rótulo que me describa y me contenga en un par de palabras, un rótulo del que yo –hasta ahora- no puedo desistir. ¿Y cómo configuraron esos otros el rótulo más pertinente para mí? A partir de las cosas que escribí dentro del límite de los 140 caracteres. Soy lo que escribo o, más bien, el conjunto de interpretaciones que otros hacen sobre lo que escribo. “Dime en qué lista estás”, dice @jlori. ¿La performatividad del lenguaje en su máxima potencia? ¿El problema pragmático en su versión porno? ¿La web semántica, que le dicen? Momento del ataque de pánico: ¡que no me toquen el yooooo!

Por suerte hasta ahora no estoy a disgusto con mis etiquetas. Son poquitas, pero buenas. Hasta podría exclamar, con el primer personaje de esta historia, que me han puesto “taza” acertadamente. La interpretación se petrificó en un par de listas públicas. Y bueno, son cosas que pasan, después de todo fui yo la que decidió exponerse al crearse una cuenta en el pajarito y no ponerle candado (o “cinturón de castidad twittero”, dice otra amiga).

Una filósofa rosarina contemporánea me definió el asunto magistralmente en un viaje. Ella no usa Twitter ni nada que se le parezca, y no estaba pensando específicamente en eso cuando charlamos. Más bien hablaba de la vida como si fuera algo de lo que se pudiera hablar. En ese momento me dijo, exactamente: “uno tiene que adjetivarse a sí mismo porque, si no, rápidamente otro lo adjetiva”. Una precursora la piba.

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De yapa: Otro texto que anda pensando el asunto...

- El revuelo de las listas en twitter, la reputación digital y aquello del ego.

3 comentarios:

Tazas y Pocillos | 10 de noviembre de 2009, 7:21

Gracias por ponerme en su Blog... gracias por difundir mi "tara" :)

monoarania | 21 de noviembre de 2009, 20:05

ohhhh así que mirá lo importante que fuí en tu vida, qué lo tiró!
brindemos con mate :p

Anónimo | 28 de noviembre de 2009, 15:31

Muy interesantes, agradables y, obviamente, excelentemente excritos sus textos, querida compañera de cátedra!
Esa frase de adjetivarse quedó muy marcada en nuestra memoria parece, porque yo también la vengo usando mucho!
Seguí haciéndonos disfrutar con tus textos, Ana.
Seba.

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