"Amarás a tu padre...": un triángulo de relaciones (ir)reversibles


Los hombres no lloran
y mi hija tampoco
llora porque 
tiene los ojos 
de su padre.

Verónica Viola Fisher
(hacer sapito, 2005)



Como toda forma de expresión eminentemente narrativa, para gustar (y para perdurar) una obra de teatro necesita una buena historia. De otro modo, el acontecimiento se marchita, tropieza, da tumbos.

Las acciones que se desarrollan en el living de la casa de Oliveros, el centro de la escena de "Amarás a tu padre por sobre todas las cosas", son, antes que nada, una buena historia: un buen texto, conflictivo y sazonado, para componer con un triunvirato de actrices. Escrito por Carla Saccani -después de algunos trabajos de improvisación con el equipo de "Teatro Cabeza"-, se convierte en el basamento imprescindible para montar una obra que consigue atrapar a los espectadores en la proximidad intimista de los preparativos familiares para la cena de fin de año de 1997.

Anudar la trama de ese relato es la tarea que compete a los personajes de esta historia. Vale decir que "Amarás a tu padre..." muestra tres personajes en escena: Cecilia (María Florencia Sanfilippo), Romina (Vanesa Baccelliere) y Celeste (Marina Lorenzo), dos medias hermanas más una amiga de la infancia, devenida en joven pareja del padre de las anteriores. Esos son los personajes explícitos, pero no los únicos en esta obra, ya que existe una multiplicidad de personajes referidos, en una función tácita, aunque inevitablemente presentes.





Los amigos porteños de Romina y la madrastra de Cecilia forman parte de esa constelación de relaciones que habita la obra. Pero, en particular, será el padre de las chicas quien se perpetúe como el ojo de Dios en el centro de una santísima trinidad. Sin aparecer jamás, Papá será el eje de todas las conversaciones, preocupaciones e historias presentes y pasadas de esta familia, tan extraña como todas.

En "Amarás a tu padre...", Saccani no sólo es la autora del texto sino, además, la directora de orquesta. Dijo la propia Carla, alguna vez, que dirigir tiene que ver con el goce, con algo suficientemente enfermizo y amoroso. "Es una especie de retardo en la satisfacción, y sin dudarlo tiene bastante que ver con el goce del poder. Con el hacer hacer a los demás lo que uno piensa y concibe", sostuvo.

En su hacer hacer, esta vez logró construir personajes que son ambiguos. En su ambigüedad, esos personajes consiguen que los espectadores (o, al menos, yo) experimentemos, también, ambiguos sentimientos hacia ellos. Sentimos lástima por alguien que luego nos repugna, detestamos a alguien que luego
nos conmueve. Las actrices cambian de roles en la escena como rotan las puntas del triángulo entre los muebles del salón.

A propósito de otra obra, Tato Pavlovsky decía: "No importan la historia ni la introspección de los personajes sino la indagación sobre lo que está sucediendo entre ellos y la historia que el espectador va tejiendo en su cabeza".

Pues, ciertamente, aquí la historia se sostiene sobre las pistas que Romina, Cecilia y Celeste van dejando entrever en medio de sus diálogos. En el living de la casa de Oliveros, los espectadores somos cómplices de cada una, y conocemos datos que el resto no. La información nos empodera y, a veces, nos produce la cosquilla del deseo de intervenir en las acciones que ocurren tan, pero tan cerca.

Las horas previas a las 12 de la noche del 31 de diciembre de 1997 transcurren, en "Amarás a tu padre...", en tiempo real. No es un dato menor: no hay elipsis ni saltos temporales en esta historia. Así, en su totalidad, la obra puede verse todos los viernes de junio a las 22 hs. en Quercus Alba (Corrientes 563). Serán dos horas y media de atención sostenida, conviviendo con la complejidad de un triángulo de relaciones (ir)reversibles.

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Más sobre la obra:

- Carla Saccani: "Escribí la obra que tenía ganas de ver"
- En el nombre del padre
- Ensayo sobre los vínculos 

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