Die vier Himmelsrichtungen: la obra impronunciable

Dicen que la historia de Schimmelpfennig está hecha de pequeñas escenas. Pero no. Yo no vi nada de eso. En cambio, vi una escena circular. Una gran escena circular donde la trama vuelve a pasar por los mismos puntos, perpetuamente. Pero los encuentra siempre cambiados.

La historia es circular, como el mundo. Aunque el mundo insiste en representarse sobre una superficie plana. (El mundo es circular; y contiene nuestros deseos planos). Sobre el plano, identificamos vértices orientadores. Necesitamos establecer referencias para no extraviarnos. En un mundo tan poco previsible y sospechoso, perderse no es una opción. Entonces trazamos líneas que se cruzan para delimitar espacios. Marcamos, grabamos, determinamos. Sin embargo, nada es definitivo.




Puede que cierto día llegue un hombre del norte y traiga consigo la lluvia. Puede que traiga también un revólver. Puede que el revólver sea el fin de cada escena. O puede que no. Puede ser un enroque de poderes. Un vaivén. Puede.

De pronto, otro hombre puede venir del sur. Puede tener dos lenguas que no se vean tan mal. Puede tener, de pronto, el pelo azul. También puede necesitar más aire para inflar un globo. Ambos pueden querer una cerveza. Ambos pueden querer una mujer. Se cruzan en algún punto del plano. La mujer puede ser el viento. O la rosa de los vientos, indicando el camino.

La historia está planteada. Se titula Die vier Himmelsrichtungen. Un nombre impronunciable. “Los cuatro puntos cardinales”, dice la boletera del teatro que puede también decirlo en perfecto alemán.

Es una obra impronunciable, es cierto, pero además, es suficientemente indescifrable como para extraviarnos. Consigue que los espectadores anhelemos desesperadamente una brújula. Un sistema de referencias que nos indique cómo circular. Y eso nos mete de lleno en la trama. Literalmente.

Tres son los personajes; cuatro, los puntos cardinales. Después hay unidades: un bar, un camión, un arma, una vera de una ruta. Una mujer, una rueda mágica, un agujero en el cuello. Otras cosas son más exageradas: cuatrocientas cajas. Muchos cigarrillos. Muchas cervezas.

Hay otras unidades, pero son intangibles. La credibilidad, por ejemplo. No es poca cosa. Pude asistir a muchas obras donde me costó varios minutos –si no tiempo completo- creerme la historia. Creer en los personajes, encontrarlos tridimensionales. Aquí, en cambio, el contrato se rubrica inmediatamente. No me ponen nerviosa: me obligan a tratar de entender. Indudablemente, no es lo mismo que tratar de creer. En esa construcción y sostenimiento de los personajes, merece subrayarse la tarea de Felipe Haidar, el hombre con dos lenguas tras la máscara blanca. Poniendo el cuerpo sin vacilaciones, completan la historia circular Dana Maiorano y Emiliano Dasso.

La directora, María Cecilia Borri, afirma que los personajes de esta obra tienen roles dobles. La sentencia vale también para los espectadores: en cualquier momento, puede tocarnos ser clientes de un bar y entrar a jugar el juego. Irrumpe entonces otra unidad intangible: el riesgo. Porque puede que, desde el público, del este o del oeste, llegue otro hombre decidido a cortar de una vez la cabeza de Medusa. También puede que nunca pase eso. Sin embargo, si es posible, hay que estar preparado para el azar. Causalidades y casualidades.

En definitiva: buen texto, buenas actuaciones, buen trabajo en equipo y el gran acierto de la música en vivo son líneas que no siempre se cruzan en los planos teatrales. Vale la pena acercarse a explorar, algún domingo de junio a las 21 hs., el mundo circular del Teatro La Manzana (San Juan 1950). Quizás, en el camino, un hecho (no tan) fortuito les tuerza el rumbo.

0 comentarios:

Publicar un comentario

Related Posts with Thumbnails