“El Arco”: La dimensión sonora de la metáfora visual
El barco viejo es una maderita que flota sobre el vaivén de la marea. Hoy el mar es un estanque, encantadoramente quieto. Sin embargo el barco no cesa de mecerse. De la costa no se divisa nada. Sé que queda en alguna dirección. Veo el lanchón que se acerca. La revolución de los pescadores. Habitantes temporarios para mi ciudad-barco de dos personas. ¿Dos amantes? Dos personas, a veces una –la misma- persona. Los hombres me sonríen, me llaman, me invitan a sentarme entre sus piernas. Uno me pasa la mano por el pecho. Fiuuuum. Un flechazo roza su cabeza. El viejo me mira desde la cabina. Los ojos rasgados parecen más abiertos. Me hace cosquillas. Uno de los hombres pide que adivinemos qué va a sucederle. Empiezo a balancearme en la hamaca. Cada vez más fuerte. Un pie llega a tocar el agua. El viejo en la canoa me mira fijamente. Lo miro. Tensa el arco. Dispara. Fiuuuum. El flechazo se clava en medio de los ojos de la figura pintada sobre la madera del barco. Tres flechazos, tres flechas clavadas. Las recojo y me acerco al oído del viejo. El presagio ha sido dicho. El hombre parece asustado.
Los días transcurren entre el cielo y el cielo, entre el mar y el mar ultrajado por un barquito ruinoso detenido en el horizonte. Sobran las palabras para el viejo y la niña que lo habitan. No existe nada más simple: sobrevivir y preparar el amor con la misma delicadeza con que se preparan los desayunos y el baño. El viejo vuelve a la ciudad cada tanto. La niña lo espera en la hamaca que cuelga prendida de las maderas laterales del barco. La historia empieza a despuntar el verso. El viejo aparece con algunos hombres dispuestos a pasar unos días de pesca a bordo de la embarcación. La ciudad de dos se puebla de desconocidos. Los desconocidos atacan, el viejo defiende a su niña con el arco. Los desconocidos quieren saber que pasa, el viejo y la niña predicen el futuro con el arco. Los desconocidos se marchan, el viejo silba una canción con la cuerda del arco. El arco-arma, el arco-instrumento, el arco-oráculo. El viejo y la niña, el arco y la flecha, el hombre y la mujer, el mar y el cielo, el ying y el yang meciéndose en altamar.
Otra vez el viejo vuelve a la ciudad. De cada viaje trae una pieza para completar el ajuar de novia. Y trae otros desconocidos a poblar por unos días la ciudad de dos. Pero esta vez hay alguien que no está de paso. El viejo, la niña y el jóven. El amor florece sin palabras.
Mis guiones originales incluyen siempre diálogos al principio. Luego, durante el proceso de rodaje, los voy omitiendo, sustituyendo por gestos o expresiones. Así, el público al verlo empieza a crear los diálogos por sí mismos, cuenta Kim Ki-Duk, el director de “El Arco” y de “Primavera, verano, otoño, invierno…y otra vez primavera” y “Hierro 3”, sus producciones más aplaudidas. Y es cierto, “El Arco” interpela con sus silencios. Pero también con sus colores, y con sus gestos, y con la acción que se desarrolla a pesar de las palabras. La historia que narra “El Arco” es lenguaje en su sentido más puro, es lenguaje despojado de lengua, y es poesía que no ha escrito un verso y en ese sentido es, quizás, la ambición de muchos poetas. Una sucesión de metáforas visuales donde de hecho es la metáfora lo que se quiere decir y no hay nada que se oculte. Los personajes desdibujan las viejas nociones del bien y del mal. De pronto son queribles, de pronto son detestables con la misma coherencia. Dice el director: “He aprendido a reconocer que los colores blanco y negro son los únicos que existen, son en realidad un único color. Los conceptos opuestos no tienen, en realidad, naturaleza”, a propósito de una película plagada de colores. El arco-hombre, la flecha-sexo acabará por penetrar a la niña en un final magistral que cierra los cruces entre el cine y el resto de las artes. O sea, entre el cine y el devenir humano.
(Da la sensación de que di demasiados datos sobre el final. Sin embargo no he dicho nada. Queda todo por ver, y más que nada, por volver a ver. )
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