Invitación a la poesía erótica y fluorescente
Debo escribir una crónica
fluorescente. Rebosante de palabras ajenas. La ajenidad erotiza por la
proximidad de su potencial desnudez. La desnudez de la palabra ajena –digamos,
la poesía- arranca por la lengua.
La poesía, entonces, es corpórea.
Tiene un cuerpo prepotente, un cuerpo curvo, un cuerpo que se debate entre que
rebosa y reposa. La poesía es indomable de puro malcriada. Indomable en el
libro y en las bibliotecas, pero mucho más en los escenarios y entre las mesas
desordenadas de un bar.
Ustedes, lectores, chupadores de
cuanto flujo emane la palabra, insisten en diferir conmigo cada vez que le
cuento que esta ciudad está repleta de recovecos donde suceden cosas
insospechadas. Acontecimientos que debieran rebosar –como los cuerpos y la
poesía- de gente colgada de las puertas, las escaleras, los márgenes. Debe ser
porque el boca-a-boca, por sexy que sea, nos queda corto para inundar las
orejas de avisos de que estos episodios sucederán.
Lo sufro cada vez que una
obra de teatro me deja boquiabierta y veo alrededor algunas sillas vacías.
Entonces imagino qué estará haciendo la gente que debiera haberse extasiado a
mi lado, sentada en esa butaca incómoda pero suficiente.
Lo sufrí hace algunas noches,
cuando todavía el viento sur se atrevía a refrescar este fértil campo de
propiedades horizontales. Antes de que empezara la función, puse un cartel en
la puerta, adornado con unas guirnaldas de cumpleaños ochentoso.
“Desprejuíciese”, escribí firuleteando
el cartel con dos tizas de colores, a riesgo de que la directora de la orquesta
me revoleara el pizarrón por la cabeza. Por suerte la malcriada no se inmutó.
Confieso que lo puse de puro
mentirosa, porque tampoco estaba taaaan segura de lo que allí ocurriría.
Utilizo el “allí” para referirme
a Lapacheta Cultural, un recoveco por el que vale la pena pasar, alguna
tardecita, a clavarse un 2x1 de fernets y algún menú, entre macrobiótico,
autóctono y caprichoso.
Utilizo el “ocurriría” para
referirme al debut de La Malcriada de tu Lengua, un proyecto de poesía erótica
que intenté vender con el mencionado cartel.
Para el caso, no está mal decir “vender”.
Reza el Manifiesto Malcriado que Usted y yo compramos porros, condones, cds, pulseritas
de nudos, flores para nuestros amantes, coca cola, pepsi o naranpol, el cactus
que le regalamos a nuestras viejas, posters baratos de Led Zeppelin, cartas de
poker en el kiosquito, azafrán para el arroz, cereales, berenjenas caseras de
nuestra vecina, bencina para nuestro zippo, fósforos mientras el zippo no anda,
lillos de celulosa o Parisienne si andamos antojados de negro. Pero arrugamos
la cara cuando se nos quiere cobrar por poesía.
Yo comprendo porque estoy del
otro lado. Soy una lectora/espectadora igual que Usted, versos más, butacas
menos. Y en el camino me he comido varios sapos. He salido indignada (antes de que indignarse fuera una moda) de ciertas salas y sucuchos porque no me había
gustado en lo más mínimo lo visto, oído y experimentado. Por esos espectáculos
me ha dolido el bolsillo.
Pero también he sido testigo del
crecimiento de la poeta que se esconde –o se expone completamente, no sé- en
las encrucijadas de la Malcriada. Algunas veces su poesía me gustó mucho, otras
no tanto (nobleza obliga).
Sin embargo, desde hace varios
libros viene sorprendiéndome gratamente. Más aún cuando la performance poética le pone vida a la tinta, al papel y a la pantalla. Y soy completamente sincera si les digo que
esta propuesta es redondita, redondita. Me gusta por todos lados. Me revitaliza
y salgo cantando poesía por los poros cuando se apagan las luces del bar.
Por eso estoy convencida de
invitarlos a este acontecimiento.
Que quedaran sillas vacías sería
un histórico desperdicio.
La poesía es barata pero buena,
la compañía puede ser muy cálida y el espectáculo es erótico, irreverente, dual
y fluorescente. Juro que no es sobredosis de adjetivos.
1 comentarios:
Muy buena reseña! Vamos a ver como nos desprejuiciamos esta noche!
Salut!
Lu
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