El fútbol, el género, los debates, los amigos
Cada vez que me cruzo por un círculo nuevo de gente y cuento que juego al fútbol me toca escuchar cualquier cosa.
Sos mi ídola, me dice, por ejemplo, alguien que se cree demasiado adulta para salir a una cancha. A mí me hubiese encantado jugar, agrega, mientras insisto en convencerla de que el tema de la edad es accesorio.
Las mujeres vinieron a arruinar el único espacio de hombres que nos quedaba, se despacha otro en otra reunión. El fútbol las hace poco femeninas, sostiene uno más. ¿Fútbol mixto? No, a mi invitame cuando jueguen al fútbol en serio, retrocede un tercero.
Debe ser porque estamos derribando varios viejos prejuicios que el asunto se vuelve tema de discusión y divide las aguas. Tanto que hasta me llamaron de un programa de radio "para contar mi experiencia". Por suerte , hoy hay unas 500 mujeres jugando al fútbol en Rosario, si es que no me quedo corta, dije. Y otras tantas con ganas de sumarse.
Cuando se habla de fútbol femenino, entre tantas cosas, se nos cuestiona el nivel de juego. Por supuesto que el indicador es comparativo: se nos compara con los hombres y se dice que jugamos lento, o feo, o que somos muy inocentes. Paremos la pelota.
Primero, hay que reconocer que cada vez que nace un pibe en estas pampas de cracks, no pasan más de 3 meses hasta que algún padrino le regala la camiseta del club de sus amores y una pelota, por supuesto.
En esta parte del mundo, jugar al fútbol es un mandato social. Para los hombres, claro. Un mandato casi ineludible. En cambio, nos resulta imposible imaginar que mamá, a la salida del colegio, lleve a su nena a la escuelita de fútbol y vuelva chocha de contenta porque metió un gol. El día que esto pase, cuando esto sea moneda corriente, entonces sí podremos hablar de calidad de juego desde el punto de vista comparativo que se propone. Van a ver: el fútbol femenino va a crecer mucho, mucho cuando terminemos con esos prejuicios.
Ahora volvamos a hablar de mí. Soy una jugadora mediopelo, nobleza obliga. Las cosas que aprendí me las enseñaron las horas de siesta corriendo por el patio de casa, en una canchita improvisada con mis hermanos, primos y primas. O en la calle, interrumpiendo el partido cada vez que un auto doblaba la esquina y pelándome las rodillas con el asfalto.
De pronto, un día, apareció la oportunidad de jugar un torneo de fútbol 5 aquí, en Rosario. Entonces el viento nos amontonó en un equipo improvisado que fue encontrando rodaje y posiciones a fuerza de derrotas. Desde el amateurismo más profundo, comenzamos a jugar ahí, con 23 ó 24 años. Y en ese par de años hemos visto empezar la revolución.
A veces me pregunto en qué piensan, secretamente, aquellos que bajo ningún punto de vista compartirían una cancha con una mujer. En estos días he escuchado cosas tan ridículas que se me ocurre que, quizás, algunos sujetos guarden el temor de que, en una gambeta, una chica los humille en su condición de hombres.
Muy lejos de eso, por suerte, tengo un grupo de amigos que disfruta de que nos juntemos a hacer un picadito mixto, mezclado, con hombres y mujeres en ambos equipos. Gente grosa que nos respeta jugándonos de igual a igual. Los pases, los chumbazos y los hematomas se reparten equitativamente, como debe ser, lo mismo que el porrón y el burdo análisis futbolístico de los terceros tiempos.
Porque no debiéramos olvidarnos de que el fútbol es fútbol, independientemente del género. Lo importante tiene que ser jugarlo, disfrutarlo, amar la camiseta. Mientras, me informan por cucaracha que en el norte de la Provincia las nenas de la primaria están empezando a jugar.
El asunto es así:
-Jugar al fútbol, como la Viki- responde una nena rubia con la cabeza llena de rulos cuando la mamá le pregunta qué va a hacer cuando sea grande.
- Pero, mirá que acá no hay fútbol femenino- replica la madre, en off side.
- A lo mejor, cuando yo sea grande, sí.
Definitivamente, nos falta mucho camino por andar, pero hemos empezado a cambiar la historia.
--> De yapa: Manifiesto por la igualdad y la participación de la mujer en el deporte, porque no solo de fútbol vivimos las mujeres.
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