Payasos por la identidad: la justicia y la risa
Foto: elciudadanoweb.com |
La risa descomprime, relaja, aliviana las incomodidades. Hace fluir un cúmulo de energía atascada por algún extraño torniquete del sentido. Aunque, a veces, empezar a reír nos lleva años.
Llevábamos décadas sin poder reírnos de aquella herida. Digo reír, no burlarse. Hablo de reírnos con la boca alegre porque fuimos bellos. Porque soñamos, porque hicimos, porque luchamos. Porque aunque pretendieron arrebatarnos todo, rescatamos algo, un pedacito, y lo sembramos otra vez. Reírnos felices por las batallas ganadas, por los abrazos esperados.
Pero llevábamos décadas y, por eso, la cosquilla de la risa nos daba un poco de culpa.
Enfrente, en el escenario, los de narices apelotonadas y movimientos exagerados ensayaban otros lenguajes para hacernos pensar la historia. Un oscuro bigotón de nariz negra le disputaba un niño a una estrafalaria madre de nariz roja, mientras una voluptuosa ama de casa -de nariz negra- preparaba la cuna para el hijo ajeno.
En un mundo de clowns no nos dará lo mismo llevar nariz roja o negra. En una familia de narices negras, el niño arrebatado llevaba, obstinadamente, su pompón colorado. Con armas de payaso luchaban, cada uno en su escena, por recuperar lo robado o por mantener el status quo a fuerza de fotos, símbolos, triunfos profesionales y programas de tv.
Sin embargo, en algún momento, fue preciso bailar la chacarera de la memoria. Y las narices se reconocieron y el publico rio y cantó y aplaudió y dejó rodar los lagrimones de la alegría de los reencuentros.
Érase una vez un grupo de payasos que, a pesar del horror, enarboló narices como banderas de la verdad. Y, haciéndonos reír, hizo justicia.
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